martes, 12 de noviembre de 2013

"Salvajes o artistas marciales: desde el gimnasio"

Por Hugo Armando.


Mi nombre es Hugo Armando, vivo en el Distrito Federal y soy practicante amateur de Artes Marciales Mixtas (AMM).
Mi primer acercamiento con las AMM, fue en la Universidad, donde mi Sensei, Jesús Carpela, hizo una muestra del taller de Defensa Personal y Lucha. Fue tan simple como un tatami improvisado en el centro de la explanada, un retador un tanto bravucón, y la gracia de una llave al tobillo que puso fin al enfrentamiento en menos de un minuto. Creo que no había terminado de resonar la rendición, cuando yo ya estaba inscribiéndome al taller. Para ese entonces, mi máximo logro en las artes marciales, era una flamante cinta blanca en Karate infantil (odiaba interrumpir mis tardes de ocio para ir a soltar patadas a la casa de cultura más cercana), y fuera de eso, el clásico recuento obligado de peleas pedestres a lo largo de tantos años. En varias ocasiones intenté participar de una formación académica, pero me resultaba un fastidio, además de que nunca pude apreciar a alguien que llevara lo aprendido a un escenario real, y salir con gracia de un enfrentamiento, por el contrario, los primeros segundos siempre fueron de un derroche de impecable elegancia, con guardias rimbombantes, y seguido a esto, el canónico agarrón de pescuezo, aunado a los obligados jaloneos, la pose del “gallito”, los empujones de pecho y los coscorrones de naturaleza empírica.

No ha existido para mí un deporte que me haga más feliz que las AMM. Lejos de la subyacente violencia hipócrita de otros deportes, donde los hachazos, las mañas y la gazmoñería, son el componente de riesgo más grande para la integridad física, las AMM son, por principio, un compendio de técnicas, un pastiche coreográfico y filosófico, en que el reto principal es vencer a un oponente, eligiendo por esto la vía del knockeo o la sumisión. La idea, cierra con representaciones que pueden provocar a usted, fino lector, una imagen poco agradable, facilitada a usted por el patético mercadeo hiper violento de las AMM competitivas, con escenas de sangre, desmayos y agrestes proyecciones al piso, y no le mentiré, que si usted pone a dos sujetos en un octágono, bajo contrato de una cantidad significativa de dinero por la victoria, no espere que los patrocinadores lleguen a usted con muestras de otra naturaleza.



Aprendiendo en el entrenamiento.
 
 
La muy extravagante imagen que se ha construido sobre las AMM, son extractos de algo mucho más grande, de cosas más significativas, que para nuestra cultura en vías de la absoluta insensibilidad, no representan nada. Las AMM son un deporte que subió como la espuma, pero se llenó de prejuicios en el camino, y nadie ha hecho un trabajo como “Karate Kid” lo hizo para las Artes Marciales Orientales, con ese muchachito Daniel San, efebo martirizado por los jovenzuelos prepotentes, equivalentes al Mirrey contemporáneo,  que eran el claro remanso del boom ochentero que dejó Bruce Lee y su afamada “operación Dragón”. Nadie ha hecho lo que “Rocky Balboa”, que se superó a sí mismo y nos ha dado una a una, entregas de ética y moral básicas, en donde el amor triunfa sobre la propaganda clasista, política, bélica, y próximamente, a la galopante decadencia del actor. Por las AMM han hecho películas como “Never Back Down”, que se ambienta entre reguetón y jóvenes con problemas emocionales que requieren tratamiento clínico, mujeres estilizadas hasta el hartazgo que no dan un soporte como el que Adrian Peninno, o Ali Mills, en su momento, lo hicieron por sus correspondientes gladiadores, y al final, nos dejan una historia de venganza en dos insípidas muestras de patetismo audiovisual (Aunque no lo crea, hay Never Back Down 2).
 


Las artes marciales las practican mujeres y hombres.
Desde la primera clase de AMM que tuve, pude compartir con gente que sabe de disciplina, que sabe el valor que tiene cuidar al otro, y la reciprocidad que eso implica. Las AMM son un deporte en que golpearás tan duro como estés dispuesto a ser golpeado.
Lamentablemente mi curso por las AMM se vieron interrumpidas durante muchísimo tiempo, casi una década, y obviamente muchas cosas cambiaron. Ahora hay academias por todos lados, unas mejores, unas reprochablemente hechizas, otras gloriosas y altamente competitivas. Hoy, mis días comienzan a las 5 am, para hacer mi recorrido Xochimilco – Izazaga, y cuando llego a la academia, lo primero es saludar a la chica que está ahí desde tempranísimo, recibiéndonos con toda amabilidad. Subo las escaleras pasando por la zona de Box (en donde entreno habitualmente), para llegar al Tatami, al que accedo sólo cuando muestro respeto y le saludo con propiedad. Comienzo a caminar en el sentido de las manecillas del reloj, porque tiene un fundamento filosófico, que corresponde a la academia a la que muestro mis respetos y compromiso.
Pasados los minutos, uno a uno veo llegar a mis Sensei y compañeros, a los que siempre saludo de modo afectuoso, a quienes muestro respeto, con quienes he reído y con quienes he combatido, con quienes he aprendido tanto. En el tatami, sin cámaras, sin patrocinadores, todos somos historias de vida, todos somos objetivos distintos, todos fluimos y nos damos el apoyo para ese extra que hace la fuerza y el carácter. Al terminar, todos nos damos un saludo, y a veces revisamos entre nosotros nuestros errores, “rodamos” un rato más, platicamos, y luego, todos nos vamos a realizar nuestras actividades rutinarias, unos a la escuela, otros a la chamba, y así, hasta el siguiente día, hasta volver a fluir con esas personas que vuelven cada día para compartir tiempo, energía y espacio.

 
Camaradería en los entrenamientos.
Querido lector, si usted cree que el barbarismo mostrado por la televisión sobre lo que son las AMM, es lo que en este caso, su servidor, idolatra, permítame decirle que no puede estar más equivocado. Aprecio las peleas que terminan rápido, aprecio la gracia con que se resuelve el conflicto entre dos fuerzas, aprecio la estrategia que hace mínimo el castigo, que acota las probabilidades, aprecio las peleas que son contundentes y en donde ambos contrincantes se han dado todo el respeto. Querido lector, si usted me viera en la calle, notaría que soy un sujeto que tiene pinta de ñoño, un intelectualillo de cuerpo menudo y modales que tocan con lo dominguero, y si usted y yo chocáramos, seguramente le pediría una disculpa por mi distracción, y seguiría adelante, y si usted no supiera nada de lo que hasta ahora le he contado, se daría cuenta que nunca me compararía con un salvaje.

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